Alta complejidad
El doctor las prefiere sumisas.
Abuso de poder, stres y mobbing ingresan al quirófano.
Intramed noticias
Mobbing es la palabra que se usa para definir la violencia psicológica en los lugares de trabajo, aunque en el caso de las enfermeras e instrumentadoras que trabajan dentro de quirófanos resulta insuficiente. Recostados sobre el poder que otorga la tarea, o por estar habituados a transitar la frontera entre la vida y la muerte, estos médicos –la abrumadora mayoría varones– descargan su stress sobre quienes los asisten con extrema violencia.
Por María Mansilla
A Leonor le gustan las cirugías de cuello, “porque son una artesanía”. A Valeria le encanta poner prótesis, le recuerda el juego del mecano. Nieves prefiere instrumentar cada operación de corazón, aunque duren una eternidad.
Leonor, Valeria y Nieves son compañeras de trabajo, instrumentadoras quirúrgicas de un hospital. Por un ascensor enorme llegan a su mundo pintado de ocre, empapelado con acero y decorado con carteles que dicen: “Riesgo eléctrico”, “Alta complejidad”. Entre operación y operación, descansan en un cuarto de 3 metros cuadrados. Su ropa cuelga de un perchero las 6 horas que visten ambo color naranja y zapatos de goma verdes. Son eslabones del servicio de salud al que describen, por el valor de cada rol, como una familia. Ellas son casi las únicas mujeres de esta casa. Su oración reza: “El paciente es la vedette”, y a fuerza de repetirla se resignan a que casi todo lo que pase ahí adentro, cuando la vedette duerme, quede ahí adentro. Como un pacto de silencio, un secreto de familia.
Y una de las cosas que sucede ahí adentro es que más de la mitad de los cirujanos asedia al personal no médico (generalmente instrumentadores, generalmente mujeres), según el estudio El acoso psicológico en los quirófanos, realizado en la Facultad de Psicología de la UBA por Vera Bail Pupko y Susana Azzolini, que también es investigadora del Conicet. El maltrato se traduce en gritos, amenazas, culpabilización por falta de insumos, maldiciones, cuestionamientos y hasta burlas sobre sus vidas privadas. Mientras la vedette duerme...
El acoso moral es sinónimo de abuso. Su naturalización le garantiza al victimario impunidad, favorecida por estructuras jerárquicas y falta de sanciones legales, y perpetúa la impotencia de quien lo padece. Los estudiosos llaman mobbing a la violencia psicológica ejercida durante cierta cantidad de tiempo en el lugar de trabajo. Puede ser ascendente (de los empleados al jefe), horizontal (entre compañeros) o descendente (del jefe a sus subordinados). Este último es el tipo más frecuente. ¿Los motivos? Una estrategia empresarial para que el empleado renuncie o un simple ejercicio abusivo de poder.
El acoso en espacios sanitarios habla, principalmente, del desacertado manejo del stress de los cirujanos. Como que lidiar entre la vida y la muerte genera ciertos permisos dentro del quirófano. Que el psicoterrorismo laboral, como también se lo llama, golpee en este ámbito no es más que un reflejo de lo que pasa todos los días en otros lugares.
La OIT (Organización Internacional del Trabajo) denunció que los riesgos psicosociales laborales crecen de manera preocupante. En todo el mundo, más de 13 millones de trabajadores padecen esta presión invisible. En nuestro país, el 11% de las empleadas son víctimas de acoso psicológico. Los varones acosados son exactamente la mitad. Otra cara de la discriminación laboral que tiene como principal exponente la inequidad salarial.
“Todos tenemos días malos. Pero hay muchos cirujanos que son bien ásperos, como que son el gran señor y los demás somos idiotas –denuncia Nieves, instrumentadora–. Te dicen: ‘Queridita’, y notás que por dentro te están insultando. A veces se llega a un griterío tal que te revolean una pinza, y vos sabés que no hay otra pinza, se lo advertiste antes de la cirugía, y te grita: ‘¡Conseguila! ¡Hacela!’.” El estudio de Bail Pupko y Azzolini pone en contexto estos episodios: “Traspasar el límite de la palabra implica una actuación corporal que muchas veces involucra el tocar al otro o hacer del cuerpo del otro un objeto de burla o de aparente deseo y, por lo tanto, una invasión de la subjetividad de la cual resulta mucho más difícil defenderse”.
Guantes mágicos:
Entre los distintos especialistas observados por las investigadoras de la UBA, los cardiovasculares ejercieron mayor agresión verbal, aunque no fueron los jefes sino residentes y cirujanos de planta los protagonistas del desborde. Además de reconocer la responsabilidad que implica para un médico estar a cargo de semejante cruzada, esta situación indirectamente denuncia que “en la preparación para dicha especialidad se transmite algún género de despersonalización para poder llevar a cabo ese tipo de cirugías, la cual se generaliza al ámbito de trabajo”. Leonor, desde el hospital, le pone nombre a la sospecha: “Los peores son finochietistas. Enrique Finochietto fue un gran cirujano, fundador de una escuela de cirugía. Los egresados de esa escuela, generalmente, son de los que entran al quirófano y si algo no les gusta te insultan, y si les contestás te echan”.
El radiopasillo asegura que entre los médicos “que generan buen clima” se destacan los cirujanos estéticos y obstetras, porque “trabajan con pacientes que traen vida”. En la lista de acosadores, junto a los cardiovasculares estarían los neurocirujanos.
“Se ponen los guantes y se transforman”, es la frase del millón. Es que “los guantes son símbolos de poder –acota Bail Pupko–. Hay una experiencia de una universidad de EE.UU., el autor se llama Zimbardo, que habla de cómo determinados símbolos dan poder. Hicieron esto: separaron el aula en dos, algunos alumnos fueron asignados como prisioneros, otros como carceleros. La consigna que recibieron los policías fue cuidar a los prisioneros. Quedó filmado: los carceleros los hicieron correr desnudos por un campo con abrojos, limpiar los baños sin guantes y otras humillaciones. Cuando los entrevistaron para saber qué fue lo que pasó, qué entendieron por cuidar, uno de ellos explicó: ‘Me dieron los lentes, la cachiporra, y me sentí otra persona’.”
Este mundo de símbolos vuelve a recaer sobre las enfermeras cuando su guardapolvo blanco hace las veces de kilt de la colegiala, y ratonea a locales y visitantes. Hay una explicación compasiva: que la trabajadora de la salud sea vista como un icono sexual no haría más que aportar oxígeno (vida y placer) a un ambiente enviciado por la enfermedad.
¿Cambiará la postal el día que en los quirófanos aumente la presencia femenina? Esto ya empieza a ocurrir: al tradicional cupo de enfermeras e instrumentadoras se les suman, principalmente, anestesistas y cirujanas cardiovasculares. Pero no son buenos los pronósticos: “Observamos que (las cirujanas) tienen una identificación muy fuerte de rol. Para poder ocupar cierto lugar, se emparejan en su manera de actuar con la figura tradicional, que es masculina”, corrobora la investigación de la UBA.
Público y privado:
“Otro punto interesante es la diferencia entre público y privado”, adelanta Susana Azzollini. Es que entre los médicos de instituciones privadas que fueron puestos bajo análisis, el 73% desató terror laboral. Entre los profesionales del hospital público, en cambio, el porcentaje fue menor al 30%.
“Los hospitales públicos son lugares de excelencia y hay muchos estudiantes, su presencia modificaría esto. Además, las personas de los hospitales públicos saben que van a pasar muchos años trabajando con la misma gente. En los lugares privados no pasa lo mismo –compara Azzollini–. La inseguridad laboral hace que se soporte más el maltrato, y la rotación de profesionales, que se maneje con impunidad. En el hospital público hay un sentimiento de pertenencia mayor, hay un ‘nosotros’ formado por el equipo de salud; y un ‘ellos’, los pacientes. En el ámbito privado, el ‘nosotros’ incluye a los médicos, el ‘ellos’ incluye a los enfermeros y, a su vez, el ‘nosotros’ de los enfermeros excluye a las mucamas... Además, la cultura institucional favorece situaciones de desigualdad de sus trabajadores, fomentando una estructura excesivamente jerárquica. Esto, reforzado por el hecho de que profesionales y no profesionales suelen provenir de extractos sociales diferentes, hace que aumente la situación de poder de los médicos.”
Más allá de los duelos que se baten a puertas cerradas, este tipo de asedio sistemático se inscribe como violencia institucional y, por lo tanto, violencia política. “Cuando los que ocupan un lugar del que se espera protección y orden actúan con violencia, tienden a hacerlo en un contexto semántico que la justifica y mistifica –detalla la investigación–. El efecto que produce es la ‘distorsión cognitiva’ según la cual la víctima incorpora el discurso del agresor y se considera a sí misma responsable o merecedora de los hechos.”
Esta violación a los derechos del trabajador, que en Francia se castiga hasta con 100.000 francos de multa y un año de prisión, en nuestro país tiene escaso respaldo legal. Sólo pocas provincias cuentan con normativa para hacer frente a acoso psicológico, y sólo de empleos estatales. Los proyectos a nivel nacional presentados en el Congreso, como los que llevan la firma de la diputada Juliana Marino o de la senadora Liliana Alonso, esperan y esperan su turno.
“La legislación no sólo es imprescindible para establecer las sanciones correspondientes, sino para implementar las políticas públicas: el Estado tiene la obligación de cumplir los tratados de derechos humanos en toda la esfera de sus funciones y debe fomentar programas y medidas de índole cultural y educacional para la promoción y protección de tales derechos. Debe informar, concientizar, sensibilizar, educar y prevenir sobre este tipo de violencia y procurar el compromiso de los responsables de las organizaciones de que la ética esté presente en todos los niveles de la organización y en el comportamiento diario”, destaca la abogada Patricia Barbado, de Instituciones sin violencia.
Anestesiadas:
“Te despertás a las dos de la mañana pensando qué pasó. Tratás de dejar afuera los problemas, pero cómo hacés para olvidarte. Al día siguiente, te cuesta llegar a tu trabajo. Recién cuando dejás de ir te preguntás cómo aguantaste tanto tiempo”, cuenta Valeria, instrumentadora quirúrgica, que logró extirpar el maltrato del cirujano cuando mandó el telegrama de renuncia.
“Esto produce un estado psicológico que se llama indefensión –precisa el estudio de la UBA citando a Martín Seligman–. Genera tres tipos de déficit: disminuye la motivación para responder, retrasa la capacidad para aprender que responder es efectivo y produce perturbaciones emocionales.”Las perturbaciones emocionales se llaman stress primero, depresión después, e impactan en el desempeño profesional.
“Tuvimos lío con un cirujano, que prometió que se iba a portar bien. Intentaba cambiar, iba a un psicólogo, nos contaba todo. Pero se ponía los guantes y se transformaba. Doctor Jekyll le decíamos –recuerda Valeria–. Juraba que se ponía así porque se llevaba la peor parte: hablar con los familiares del paciente. Llegamos a hacer una lista y sortear quién le instrumentaba. Cuando salías del quirófano, te llamaba a gritos para pedirte disculpas. Ibas a tomar un café y si él llegaba, se te sentaba al lado, como si nada, y dos horas antes parecía que te quería matar. La dirección del hospital estaba al tanto; avalaba, incluso, los sorteos. Pero todo siguió igual.”
El doctor las prefiere sumisas.
Abuso de poder, stres y mobbing ingresan al quirófano.
Intramed noticias
Mobbing es la palabra que se usa para definir la violencia psicológica en los lugares de trabajo, aunque en el caso de las enfermeras e instrumentadoras que trabajan dentro de quirófanos resulta insuficiente. Recostados sobre el poder que otorga la tarea, o por estar habituados a transitar la frontera entre la vida y la muerte, estos médicos –la abrumadora mayoría varones– descargan su stress sobre quienes los asisten con extrema violencia.
Por María Mansilla
A Leonor le gustan las cirugías de cuello, “porque son una artesanía”. A Valeria le encanta poner prótesis, le recuerda el juego del mecano. Nieves prefiere instrumentar cada operación de corazón, aunque duren una eternidad.
Leonor, Valeria y Nieves son compañeras de trabajo, instrumentadoras quirúrgicas de un hospital. Por un ascensor enorme llegan a su mundo pintado de ocre, empapelado con acero y decorado con carteles que dicen: “Riesgo eléctrico”, “Alta complejidad”. Entre operación y operación, descansan en un cuarto de 3 metros cuadrados. Su ropa cuelga de un perchero las 6 horas que visten ambo color naranja y zapatos de goma verdes. Son eslabones del servicio de salud al que describen, por el valor de cada rol, como una familia. Ellas son casi las únicas mujeres de esta casa. Su oración reza: “El paciente es la vedette”, y a fuerza de repetirla se resignan a que casi todo lo que pase ahí adentro, cuando la vedette duerme, quede ahí adentro. Como un pacto de silencio, un secreto de familia.
Y una de las cosas que sucede ahí adentro es que más de la mitad de los cirujanos asedia al personal no médico (generalmente instrumentadores, generalmente mujeres), según el estudio El acoso psicológico en los quirófanos, realizado en la Facultad de Psicología de la UBA por Vera Bail Pupko y Susana Azzolini, que también es investigadora del Conicet. El maltrato se traduce en gritos, amenazas, culpabilización por falta de insumos, maldiciones, cuestionamientos y hasta burlas sobre sus vidas privadas. Mientras la vedette duerme...
El acoso moral es sinónimo de abuso. Su naturalización le garantiza al victimario impunidad, favorecida por estructuras jerárquicas y falta de sanciones legales, y perpetúa la impotencia de quien lo padece. Los estudiosos llaman mobbing a la violencia psicológica ejercida durante cierta cantidad de tiempo en el lugar de trabajo. Puede ser ascendente (de los empleados al jefe), horizontal (entre compañeros) o descendente (del jefe a sus subordinados). Este último es el tipo más frecuente. ¿Los motivos? Una estrategia empresarial para que el empleado renuncie o un simple ejercicio abusivo de poder.
El acoso en espacios sanitarios habla, principalmente, del desacertado manejo del stress de los cirujanos. Como que lidiar entre la vida y la muerte genera ciertos permisos dentro del quirófano. Que el psicoterrorismo laboral, como también se lo llama, golpee en este ámbito no es más que un reflejo de lo que pasa todos los días en otros lugares.
La OIT (Organización Internacional del Trabajo) denunció que los riesgos psicosociales laborales crecen de manera preocupante. En todo el mundo, más de 13 millones de trabajadores padecen esta presión invisible. En nuestro país, el 11% de las empleadas son víctimas de acoso psicológico. Los varones acosados son exactamente la mitad. Otra cara de la discriminación laboral que tiene como principal exponente la inequidad salarial.
“Todos tenemos días malos. Pero hay muchos cirujanos que son bien ásperos, como que son el gran señor y los demás somos idiotas –denuncia Nieves, instrumentadora–. Te dicen: ‘Queridita’, y notás que por dentro te están insultando. A veces se llega a un griterío tal que te revolean una pinza, y vos sabés que no hay otra pinza, se lo advertiste antes de la cirugía, y te grita: ‘¡Conseguila! ¡Hacela!’.” El estudio de Bail Pupko y Azzolini pone en contexto estos episodios: “Traspasar el límite de la palabra implica una actuación corporal que muchas veces involucra el tocar al otro o hacer del cuerpo del otro un objeto de burla o de aparente deseo y, por lo tanto, una invasión de la subjetividad de la cual resulta mucho más difícil defenderse”.
Guantes mágicos:
Entre los distintos especialistas observados por las investigadoras de la UBA, los cardiovasculares ejercieron mayor agresión verbal, aunque no fueron los jefes sino residentes y cirujanos de planta los protagonistas del desborde. Además de reconocer la responsabilidad que implica para un médico estar a cargo de semejante cruzada, esta situación indirectamente denuncia que “en la preparación para dicha especialidad se transmite algún género de despersonalización para poder llevar a cabo ese tipo de cirugías, la cual se generaliza al ámbito de trabajo”. Leonor, desde el hospital, le pone nombre a la sospecha: “Los peores son finochietistas. Enrique Finochietto fue un gran cirujano, fundador de una escuela de cirugía. Los egresados de esa escuela, generalmente, son de los que entran al quirófano y si algo no les gusta te insultan, y si les contestás te echan”.
El radiopasillo asegura que entre los médicos “que generan buen clima” se destacan los cirujanos estéticos y obstetras, porque “trabajan con pacientes que traen vida”. En la lista de acosadores, junto a los cardiovasculares estarían los neurocirujanos.
“Se ponen los guantes y se transforman”, es la frase del millón. Es que “los guantes son símbolos de poder –acota Bail Pupko–. Hay una experiencia de una universidad de EE.UU., el autor se llama Zimbardo, que habla de cómo determinados símbolos dan poder. Hicieron esto: separaron el aula en dos, algunos alumnos fueron asignados como prisioneros, otros como carceleros. La consigna que recibieron los policías fue cuidar a los prisioneros. Quedó filmado: los carceleros los hicieron correr desnudos por un campo con abrojos, limpiar los baños sin guantes y otras humillaciones. Cuando los entrevistaron para saber qué fue lo que pasó, qué entendieron por cuidar, uno de ellos explicó: ‘Me dieron los lentes, la cachiporra, y me sentí otra persona’.”
Este mundo de símbolos vuelve a recaer sobre las enfermeras cuando su guardapolvo blanco hace las veces de kilt de la colegiala, y ratonea a locales y visitantes. Hay una explicación compasiva: que la trabajadora de la salud sea vista como un icono sexual no haría más que aportar oxígeno (vida y placer) a un ambiente enviciado por la enfermedad.
¿Cambiará la postal el día que en los quirófanos aumente la presencia femenina? Esto ya empieza a ocurrir: al tradicional cupo de enfermeras e instrumentadoras se les suman, principalmente, anestesistas y cirujanas cardiovasculares. Pero no son buenos los pronósticos: “Observamos que (las cirujanas) tienen una identificación muy fuerte de rol. Para poder ocupar cierto lugar, se emparejan en su manera de actuar con la figura tradicional, que es masculina”, corrobora la investigación de la UBA.
Público y privado:
“Otro punto interesante es la diferencia entre público y privado”, adelanta Susana Azzollini. Es que entre los médicos de instituciones privadas que fueron puestos bajo análisis, el 73% desató terror laboral. Entre los profesionales del hospital público, en cambio, el porcentaje fue menor al 30%.
“Los hospitales públicos son lugares de excelencia y hay muchos estudiantes, su presencia modificaría esto. Además, las personas de los hospitales públicos saben que van a pasar muchos años trabajando con la misma gente. En los lugares privados no pasa lo mismo –compara Azzollini–. La inseguridad laboral hace que se soporte más el maltrato, y la rotación de profesionales, que se maneje con impunidad. En el hospital público hay un sentimiento de pertenencia mayor, hay un ‘nosotros’ formado por el equipo de salud; y un ‘ellos’, los pacientes. En el ámbito privado, el ‘nosotros’ incluye a los médicos, el ‘ellos’ incluye a los enfermeros y, a su vez, el ‘nosotros’ de los enfermeros excluye a las mucamas... Además, la cultura institucional favorece situaciones de desigualdad de sus trabajadores, fomentando una estructura excesivamente jerárquica. Esto, reforzado por el hecho de que profesionales y no profesionales suelen provenir de extractos sociales diferentes, hace que aumente la situación de poder de los médicos.”
Más allá de los duelos que se baten a puertas cerradas, este tipo de asedio sistemático se inscribe como violencia institucional y, por lo tanto, violencia política. “Cuando los que ocupan un lugar del que se espera protección y orden actúan con violencia, tienden a hacerlo en un contexto semántico que la justifica y mistifica –detalla la investigación–. El efecto que produce es la ‘distorsión cognitiva’ según la cual la víctima incorpora el discurso del agresor y se considera a sí misma responsable o merecedora de los hechos.”
Esta violación a los derechos del trabajador, que en Francia se castiga hasta con 100.000 francos de multa y un año de prisión, en nuestro país tiene escaso respaldo legal. Sólo pocas provincias cuentan con normativa para hacer frente a acoso psicológico, y sólo de empleos estatales. Los proyectos a nivel nacional presentados en el Congreso, como los que llevan la firma de la diputada Juliana Marino o de la senadora Liliana Alonso, esperan y esperan su turno.
“La legislación no sólo es imprescindible para establecer las sanciones correspondientes, sino para implementar las políticas públicas: el Estado tiene la obligación de cumplir los tratados de derechos humanos en toda la esfera de sus funciones y debe fomentar programas y medidas de índole cultural y educacional para la promoción y protección de tales derechos. Debe informar, concientizar, sensibilizar, educar y prevenir sobre este tipo de violencia y procurar el compromiso de los responsables de las organizaciones de que la ética esté presente en todos los niveles de la organización y en el comportamiento diario”, destaca la abogada Patricia Barbado, de Instituciones sin violencia.
Anestesiadas:
“Te despertás a las dos de la mañana pensando qué pasó. Tratás de dejar afuera los problemas, pero cómo hacés para olvidarte. Al día siguiente, te cuesta llegar a tu trabajo. Recién cuando dejás de ir te preguntás cómo aguantaste tanto tiempo”, cuenta Valeria, instrumentadora quirúrgica, que logró extirpar el maltrato del cirujano cuando mandó el telegrama de renuncia.
“Esto produce un estado psicológico que se llama indefensión –precisa el estudio de la UBA citando a Martín Seligman–. Genera tres tipos de déficit: disminuye la motivación para responder, retrasa la capacidad para aprender que responder es efectivo y produce perturbaciones emocionales.”Las perturbaciones emocionales se llaman stress primero, depresión después, e impactan en el desempeño profesional.
“Tuvimos lío con un cirujano, que prometió que se iba a portar bien. Intentaba cambiar, iba a un psicólogo, nos contaba todo. Pero se ponía los guantes y se transformaba. Doctor Jekyll le decíamos –recuerda Valeria–. Juraba que se ponía así porque se llevaba la peor parte: hablar con los familiares del paciente. Llegamos a hacer una lista y sortear quién le instrumentaba. Cuando salías del quirófano, te llamaba a gritos para pedirte disculpas. Ibas a tomar un café y si él llegaba, se te sentaba al lado, como si nada, y dos horas antes parecía que te quería matar. La dirección del hospital estaba al tanto; avalaba, incluso, los sorteos. Pero todo siguió igual.”
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